19 de diciembre de 2007

Suicidio

Nos dijeron que lo habían encontrado colgado en la celda donde terminaría sus días describiendo asesinatos, rechinando los dientes, tronándose los dedos que - aunque él lo negara- ansiaban amoratar cuerpos y contar uno a uno los cabellos de sus innumerables novias mientras ellas -desmayadas- estaban recostadas sobre sus rodillas.
Nos dijeron que podía quitarse y ponerse máscaras, que su único sueño era recibir un abrazo materno, una palabra que acariciara su piel escarificada por el odio. Nos dijeron que día a día besaba la sierra eléctrica que guardaba celósamente en una esquina de su recámara.
Nos dijeron que J.L.C. no podía permanecer en otro lugar pues las historias de amor caníbal reaparecerían y que cuando se publicaran las 300 páginas que relataban sus 38 años de vida, el libro se convertiría en un best-seller y la pluma con la que escribía sería entonces la más mentirosa de la historia.
Nos dijeron que miraba con frialdad las 3 paredes carcomidas del único espacio en que podía estar sin amenazas. Nos dijeron que el Grenouille de Süskind, de tan exquisito, se quedaba corto.
J.L.C. no apareció en el mundo editorial gracias a los periódicos. No, él era poeta. Logró lo que pocos escritores consiguen en la actualidad: volverse famoso. Pero su fama no fue producto de su talento sino de la pasión desbordada en su lengua ansiosa y su cerebro que se negaba a comer guisado de molusco.
Nos dijeron -o queremos imaginarnos- que mientras se hallaba frente al cinturón de cuero, su cabeza oscilaba como él: iba entre la adolescencia, el interrogatorio judicial y todas las veces en que su cama de sábanas blancas se hallaba destendida luego de haber estado al lado de A.
J.L.C. se negaba a vivir en ese espacio tan pequeñito, de no más de 4 por 4 metros, del Reclusorio Oriente. Se resistía a pasar sus días sólo: le era indiferente acompañarse de hombre o mujer, cómplice o víctima, vivo o muerto.
Dicen que eran las 7 de la mañana cuando el asesino que reubicó a la Colonia Guerrero dentro de las historias realmente sangrientas de esta ciudad se suicidó. Un cinturón, ninguna cámara, una visitante constante, tantos golpes y vejaciones como los que él cometió, su cuerpo lleno de drogas.
Nos dijeron que se suicidó. Pero no les creemos.

14 de diciembre de 2007

i don't have ideaaaa!

Sí, ya sé que hace mucho no escribo. De veras quiero hacerlo, más bien no me he detenido a pensar, ni a sentir.
Me está atrapando de nuevo la maldición de las Jotas. Y esta vez me llegó por partida doble... Pobre de mi corazón.
Ya sé, ya sé, les dejo esta fotito. Así, tal cual, sigue mi cabeza.