2 de junio de 2011

Una bola de milagros

No, no era una bola de madera pintada de negro llena de milagritos dorados –corazones, niños hincados, una pierna por aquí, una niña con las manos en el pecho por allá, una mula, una bici– de esos que le pegan a los vestidos de terciopelo de los santos en las iglesias... Nop. Era una bola de milagros. No uno. Muchos. Una bola. Milagros en bola. Al por mayor. Una sorpresa que a cualquiera hubiera dejado con el corazón abierto. Como si hubiera sido boca.