3 de abril de 2012

Bienvenidas y despedidas

Supe que amaba los edificios viejitos desde que tenía 10 años, cuando una niña de la escuela –medio ñoña que usaba lentes y era rubia cobriza de sus pelos– nos compartió su casa para hacer la tarea de equipo. Ella vivía en un enorme departamento de la colonia Santa María La Ribera; tenía techos altos, una enorme estancia, una tina en el baño y supongo que cuartos grandísimos, la ganancia -de entrada- era que tenía tres habitaciones, demasiado para mí en ese entonces pues la casa que desde siempre compartí con mis padres era bien chiquita.

Obvio me impresionó, el depto en cuestión –el mío– era pequeñísimo, todos los cinco integrantes de mi familia estábamos súper apachurrados, bueno, a esa edad no tanto. Pero la verdad es que desde entonces soñé con vivir en un lugar así.

Hace ya casi un par de años se me cumplió. Me mudé a un edificio viejito, con una hermosa entrada que da la bienvenida sonriente, una enorme sala en la que cabe perfecto mi gente, un lindo cuarto con un soporte que hace las veces de librero, con un closet -para mí sola- con foquito, con un espacio para mí solita y mi hombre.

Nunca imaginé que lo conseguiría. La verdad es que mi mayor inspiración fue mi prima Adriana; nunca sino hasta mis 24 –creo– empezamos a estrechar nuestra relación y fue justo en ese tiempo cuando ella se mudó a su departamento nuevo. Lucía tan realizada. Quise conseguirlo igual. Ella no renta como yo pero, bueno, vamos por pasos.

Y lo logré. Lo logramos, mis papás, hermanos y yo. Soy la suma de ellos, al final. Y al principio. Y por enmedio.

Total que aquí caí, por desearlo tanto o por coincidencia (nada es coincidencia), pero acá ya llevo 18 meses.

También la cosa del barrio es algo que me atrae. La Guerrero, mi hermoso nido, me encanta. A pesar de los chacas, a pesar de la suciedad, a pesar del miedo y los traumas. La quiero. Y yo creo que por eso también quiero tanto esta colonia también. Amo estar rodeada de construcciones añejas, con tantos detalles y tantas sorpresas. Los edificios de hoy ya no lo son. Unos nada más cristal, otros espejos. Nada como las columnas, los balcones, los ventanales enormes, los patios, los pisos de duela, las puertotas.

La cosa es que viene la evolución. Y uno tiene que crecer. La despedida al hogar hippie apenas inicia. Siempre vendrán tiempos mejores y departamentos con lavadero y tendedero incluidos.

2 de abril de 2012

Las verdades del mundo (o Sandra en el país de las maravillas)

Eso de que las revistas de adolescentes son una porquería es falso. No conozco a una sola mujer que de sus 13 a sus 17 años no haya siquiera hojeado una sola. Ni siquiera sé de algún hombre que no lo haya hecho, por curiosidad, por morboso o por lo que sea. La verdad es que nos la pasamos criticándolas pero sí fueron un poco la Biblia de muchas, puede que hasta lo sean más de aquellas que hoy en día lo niegan, si no ¿por qué reniegan tanto de ellas? Porque sí, una cosa es haberlas leído y otras haber seguido al pie de la letra lo que decían, que una no es una total descerebrada ¡por el amor de dios! Y, seamos sinceros, la verdad es que a esa edad lo que menos queríamos era tener a alguien que nos dijera qué hacer, más bien nos poníamos a investigar consecuencias y a descifrar qué era lo menos peor.

Y sí, hay cosas que -a la fecha- recordamos haber leído por ahí. Luego –claro está– descubrimos que lejos de ser consejos para adolescentes eran verdades universales; y que lejos de ser recomendaciones de superación personal eran tesis filosóficas –obviamente– muy –pero muy– digeridas. Por lo menos eso concluí yo después de mi clase de Historia de la Filosofía. Y sí también recuerdo cosas de estas que les digo. Sobre todo eso de ver el lado positivo de las cosas, luchar por lo que quieres y pedirlo con todas tus fuerzas y no soltarlo hasta conseguirlo, ser uno mismo.

Ah, sí, suena a tontería, ¿no? Pues quiero decir que conozco a muuucha gente que es súper negativa, que no tiene perseverancia y, sobre todo, que quiere ser alguien que no es. Tristísimo. (Hay también quienes ni siquiera saben quiénes son pues están llevando una vida basada en todo menos en buscar sus propios desafíos.

Todo este rollo es para pedir un aplauso para todo aquel que ha cumplido sus sueños más fantasiosos. Uno no sabe hasta dónde puede llegar la imaginación. Uno no sabe hasta dónde te puede llevar la vida.

Y el objetivo final sigue siendo sonreír. Aunque no siempre se pueda, aunque te des madrazos de frente. Al final siempre quedará también la satisfacción en la cara. Y una tremenda sonrisota.

P.D. Aunque al final uno siempre –también– debe tener cuidado con lo que desea. Siempre se hace realidad.