16 de febrero de 2014

Mi tatuaje de colibrí


¿Te acuerdas de cuando te conté que acababa de soñar con que un pequeño colibrí se había posado en mis manos?

Estaba emocionada. Si en el día a día me resultaba emocionante tener la suerte de ver alguno volando cerca, con esa fugacidad que los caracteriza, era conmovedor saber que existía la posibilidad de acariciar y mirar uno quietecito.

Quién sabe por qué siempre que estábamos juntos nos cruzábamos con colibríes que se quedaban revoloteando frente a nosotros durante un ratito, como si esperaran pacientes hasta tener la certeza de que los hubiéramos visto.

Aquella vez supuse que haber soñado con uno en mis manos, uno que según recuerdo me entregabas tú, no era sino el reflejo de todas aquellas veces en que se nos habían acercado y dejado que los admiráramos

......

Siempre fuimos de visitar lugares rodeados de árboles, ríos, animalitos y tranquilidad. Aquel día me llevaste a los viveros de Coyoacán y alimentamos a las ardillas. Trepamos los troncos, nos tomamos fotos. Caminamos hasta cansarnos.

Entonces lo escuchamos. Ya no me acuerdo si fuiste tú o yo quien lo encontró. Estaba en el suelo. Lastimado. Indefenso. Temblando de miedo. Llorando. Nos agachamos y lo vimos durante un rato. Finalmente acercaste tus manitas a él. Lloró más fuerte. Lo tomaste.

Y luego me lo entregaste. Igual que en el sueño.

Decidimos llevarlo con nosotros.

Le pusimos un nombre: Cacahuatito.

Lo alimentamos con miel.

Le hiciste una casita.

Lamentablemente Cacahuatito no soportó vivir en la ciudad, encerrado, siendo cuidado por otros.

Después de un tiempo me tatué la imagen de un colibrí en la muñeca del brazo izquierdo.

Supongo que antes de leer esto tú ya lo sabías.