24 de junio de 2014

En sus marcas, listas, ¡fuera!

Hace aproximadamente cincuenta días, nuestro casero llegó al hogar Condechi con la noticia de que debíamos desalojar su propiedad. Nos lo dijo en la mejor de las buenas ondas, pero nos miraba desconsolado. Semanas antes pensábamos permanecer un año más viviendo bajo este techo. Ya habíamos decidido adoptar a un nuevo inquilino y toda la cosa.

La triste noticia nos traía la triste realidad: buscar departamento hasta encontrar uno que cumpliera con los requisitos geográficos, estéticos y económicos. Ni que pensar en algo que quedara fuera de la ruta conocida al empleo santafeciano, o en un lugar al que no nos diera gusto llegar, o en algo que ni siquiera pudiéramos pagar.

Las expectativas eran grandes. Igual que el tiempo.

Sin embargo, sabíamos que de nada valdría comenzar a buscar con tanta anticipación. A los arrendadores les urge que les asegures que eres una persona respaldada por alguien con un hogar propio, que eres capaz de pagar la renta que solicitan, y que les entregues el dinero.

Todo el efectivo necesario para rentar la nueva propiedad (pagar la mudanza e incluso comprar nuevos muebles) pensábamos gastarlo en alcohol, y viajes. Error. Efectivo es lo que ahora nos hace falta. Ya saben, hay que pagar por anticipado la primera renta del que será tu nuevo hogar y agregar un depósito, por si a la hora de abandonar el lugar dejaste un desmadre, además hay que cubrir una fianza o un seguro de arrendamiento, según sea el caso. Y, si no tienes un aval que de la cara por ti, debes rentar unas escrituras. Puro efectivo.

En el hogar Condechi nos restaba usar el depósito como mes de renta, y dada nuestra precaria economía, urgimos al casero a que nos permitiera hacerlo. Finalmente, decidimos que sería hasta junio cuando comenzaríamos la búsqueda.

Durante semanas, recorrimos tantas páginas de internet como calles de las colonias en las que nos interesaba vivir. Encontrar un hogar no es fácil. Los departamentos baratos son inseguros, feos, están desgastados, viejos o ubicados en zonas lejísimas. O simplemente no nos gustan. También puede ser que sean sólo parte de un fraude. Y para los caros básicamente no nos alcanza.

Por ejemplo, encontramos uno hermoso en la Condesa, pero la renta era de $11,000, tenía dos cuartos y era enorme, pero no tenía estacionamiento. El problema es que eso mismo pagábamos mientras vivimos al lado de La Salle, la diferencia es que este hermoso tiene tres recámaras, lo que se traduce en más burros y menos olotes, o lo que es lo mismo: más inquilinas, menos renta por cabeza.

Mis roomies ya encontraron casa, una firmó su contrato la semana pasada. Otra lo hará mañana. Yo sigo en el proceso de selección de uno que mi hermana y yo ubicamos en la colonia Doctores, de buen tamaño, dos recámaras, recién construido, con estacionamiento. Su costo: $8,000. Sí, ya sé que eso de 'proceso de selección' suena como si fuera a entrar a la universidad. A mí me duele la panza como seguro me dolía cuando iba a entrar a la universidad. Más porque estamos a menos de siete días de tener que abandonar este hogar y, aparentemente, si sigo sin firmar el acuerdo para establecer mi futura residencia, me quedaré homeless y tendré que mudarme a vivir debajo de un puente o algo.

Sí, sigo sin contrato. Pero, no hay de otra, el 30 debo irme. Y así será. Pero antes quiero besar cada pared de este lugar. Y agradecerle por todos los bonitos momentos.

16 de febrero de 2014

Mi tatuaje de colibrí


¿Te acuerdas de cuando te conté que acababa de soñar con que un pequeño colibrí se había posado en mis manos?

Estaba emocionada. Si en el día a día me resultaba emocionante tener la suerte de ver alguno volando cerca, con esa fugacidad que los caracteriza, era conmovedor saber que existía la posibilidad de acariciar y mirar uno quietecito.

Quién sabe por qué siempre que estábamos juntos nos cruzábamos con colibríes que se quedaban revoloteando frente a nosotros durante un ratito, como si esperaran pacientes hasta tener la certeza de que los hubiéramos visto.

Aquella vez supuse que haber soñado con uno en mis manos, uno que según recuerdo me entregabas tú, no era sino el reflejo de todas aquellas veces en que se nos habían acercado y dejado que los admiráramos

......

Siempre fuimos de visitar lugares rodeados de árboles, ríos, animalitos y tranquilidad. Aquel día me llevaste a los viveros de Coyoacán y alimentamos a las ardillas. Trepamos los troncos, nos tomamos fotos. Caminamos hasta cansarnos.

Entonces lo escuchamos. Ya no me acuerdo si fuiste tú o yo quien lo encontró. Estaba en el suelo. Lastimado. Indefenso. Temblando de miedo. Llorando. Nos agachamos y lo vimos durante un rato. Finalmente acercaste tus manitas a él. Lloró más fuerte. Lo tomaste.

Y luego me lo entregaste. Igual que en el sueño.

Decidimos llevarlo con nosotros.

Le pusimos un nombre: Cacahuatito.

Lo alimentamos con miel.

Le hiciste una casita.

Lamentablemente Cacahuatito no soportó vivir en la ciudad, encerrado, siendo cuidado por otros.

Después de un tiempo me tatué la imagen de un colibrí en la muñeca del brazo izquierdo.

Supongo que antes de leer esto tú ya lo sabías.

27 de noviembre de 2013

La cama

Te sientas frente a tu computadora prendida, eliges música "inspiradora", tomas tu taza de café, te concentras, sentada en posición de flor de loto, miras al infinito. Miras a la nada.

"El sexo debe ser delicioso", escribes dándole voz a una tercera persona.

Delete.

Selecciones cada palabra y oprimes la tecla borrar.

Reinicias: "El sexo es delicioso", retomas la primera persona.

Delete.

Piensas en la cama rechinando, en la cama caminando, en la cama movida un metro de su lugar de todos los días. Claro que el sexo era excelente. Al menos sudabas. Hay gente que tiene sexo sin sudar. Sin besarse. Sin apretarse al cuerpo del otro. Sin pujar. Sin meter mano en los huecos recónditos. Sin arañarse. Sin orgasmos.

La hoja vuelve a quedarse en blanco. Tristísimo. Igual que sexo sin orgasmo.

Vuelves a tomar tu taza de café, vuelves a pensar en la cama movida.

Le das un sorbo a tu bebida. Y otro. Y así hasta que te la terminas.

A la página, en blanco –efectivamente– le urge una frase. Solo piensas en la cama rechinando. En tu cuerpo encima del suyo. En su cuerpo encima del tuyo. En tu cuerpo del lado, en tu cuerpo acostado, en tu cuerpo sentado, en tu cuerpo hincado, en tus piernas en V, en tu cabeza colgando, en tus piernas en W. En sus besos. En tu mano acariciándole su pielecita del rostro, en tus uñas arañándole suavecito la espalda. Delete. Piensas en que cada vez se vuelve más difícil describir una sensación sin sonar a cliché. O tremendamente cursi.

Cómo le explicas al mundo que sí sentiste cosquilleo en las pantorrillas cuando lo besaste. (A ver, ¿cuántos de ustedes han sentido cosquillitas en las pantorrillas? Eso sí que es nuevo). Cómo le dices que lo piensas. Que necesitas sus brazos alrededor. Que tu cabeza en su pecho. ¿Cómo lo poetizas? ¿Cómo lo dices sin que suene cotidiano?

El romance está tan manoseado. Tanto como uno. Por eso las frases suenan desgastadas, sientes que las has repetido hasta el cansancio. Como que están llenas de cochambre. Y las tallas y les echas ajax y  ya no vuelven a sonar tan límpidas como cuando las pronunciabas a los 13. Uno no tiene la culpa, uno no nace sabiendo sentir. Y los sentimientos te chamaquean. Eso y que con el paso de los años  quieres que sea especial, diferente.

Y luego por eso se vuelve más difícil llenar de palabras una hoja en blanco.

Que todas esas imágenes mentales se organicen, se pongan en fila y una por una aprendan a salir despacio y en orden, sin dejarse venir en bola. O, bueno, que se despierten, porque la verdad están bien jetonas. Que se desperecen. Que alguien las ponga a trabajar. Que le echen ganitas y muevan solitas la cama algunos metros de su posición original.

25 de noviembre de 2013

Crimen

No se trata de falta de ganas, sino de desenterrar eso que te encajaron hasta el fondo. Porque para escribir, lo que se llama comunicarse vía letra escrita, se necesitan vísceras, esas que te taladraron (traca, traca, traca, traca). Vamos, hasta poesía escribías, te soltabas, fluías. Sin miedo a juicios, críticas ni burlas. Sí, todo en pasado, porque hace un lustro acabaste con esa independencia emocional y, pum, sequía. Y entre que te hundieron en la oscuridad, entre que te rompieron el corazón y te llevaron al extremo de la furia, las manos se te secaron, el cerebro se te secó y los ojos se te secaron, y te convertiste en una sombra enflaquecida.
Y, normalmente, cuando te rompen el corazón, vas y lo pegas con masking tape, no le entregas un bat a tu agresor para que termine de hacerlo añicos.
Seguro fue la soledad.
Al final resulta que necesitas una cirugía mayor, extraer para no lastimar lo que esté cerca, desinfectar, drenar, coser, unir las partes y vivir con la cicatriz, y verla cada tanto, acostumbrarte a ella.
No es falta de ganas. Se trata de cerrar la herida y aprender a verla sin dolor, con indiferencia.

16 de julio de 2013

10 Cosas que amo

1. Pasteles de chocolate.

2. Hacer fotografías.

3. La comida de mi mami.

4. Andar en bici.

5. Mis labios pintados de color vino.

6. El clima nublado.

7. A Bruno.

8. Despertar con el canto de los pajaritos.

9. Sonreír.

10. Comer en mi cama.

10 Cosas que odio

1. Usar brassiere. Mi pobre espalda. Mi pielecita marcada.

2. Dormir con calzones. Que la niña respire durante la noche, por piedad.

3. No tener suficiente dinero para comprarme todos los artículos fotográficos que quiero/necesito.

4. No tener suficientes huevos para dedicarme a lo que de verdad quiero/necesito.

5. No tener suficiente tiempo para leer, ir al cine, al teatro.

6. Estar pinche preocupándome porque 'ay, no vaya yo a engordar'.

7. Estar rodeada de gente mediocrita.

8. No tener un novio que me de masajes. O que me compre regalitos caros.

9. Dormir cinco horas y que se me note en los ojos.

10. Que no me besen. Odio que no me besen.

Bonus:

11. Mis problemas intestinales :(

26 de octubre de 2012

Señora...

Pfft, a estas alturas ya no debería sorprenderme que me avienten un "SEÑORA" a la menor provocación. La verdad ya no recuerdo la primera vez que tuvieron la ocurrencia y me hicieron sentir como una gorda, pechos caídos, canosa, fuera de la cancha y -peor- ¡en dónde carajos me vieron al marido y al chamaco!
Pues sí, supongo que en eso también aplicamos el estereotipo, lo q yo qisiera es que alguien me dijera en qué fregados me encaja a mí. De entrada creo que evitaría amamantar al chamaco en público... Y pa como van las cosas sepa si vaya a haber chamaco...
Pero, bueno, superando lo de la 'señora' y regresando al punto anterior, pa las personas más bien ya estoy pintando más pa solterona que para señora. Pongánle: a un mes de cumplir los 30, sin hijos, con un galán que no tiene ni pa cuándo hacerme la proposición seria, pero que tampoco me deja ir (pos no vaya siendo que otro le gane a la reinita), con un hijo perro (en lugar de la señora de los gatos, soy la mamá del perro altamente cariñoso y codependiente)...
La cosa no pinta chiro. No. Pero,pues, si a esas nos vamos, neta mejor les digo como me llamo y nos evitamos el tan popular pero no por eso menos odiado "seño".

3 de abril de 2012

Bienvenidas y despedidas

Supe que amaba los edificios viejitos desde que tenía 10 años, cuando una niña de la escuela –medio ñoña que usaba lentes y era rubia cobriza de sus pelos– nos compartió su casa para hacer la tarea de equipo. Ella vivía en un enorme departamento de la colonia Santa María La Ribera; tenía techos altos, una enorme estancia, una tina en el baño y supongo que cuartos grandísimos, la ganancia -de entrada- era que tenía tres habitaciones, demasiado para mí en ese entonces pues la casa que desde siempre compartí con mis padres era bien chiquita.

Obvio me impresionó, el depto en cuestión –el mío– era pequeñísimo, todos los cinco integrantes de mi familia estábamos súper apachurrados, bueno, a esa edad no tanto. Pero la verdad es que desde entonces soñé con vivir en un lugar así.

Hace ya casi un par de años se me cumplió. Me mudé a un edificio viejito, con una hermosa entrada que da la bienvenida sonriente, una enorme sala en la que cabe perfecto mi gente, un lindo cuarto con un soporte que hace las veces de librero, con un closet -para mí sola- con foquito, con un espacio para mí solita y mi hombre.

Nunca imaginé que lo conseguiría. La verdad es que mi mayor inspiración fue mi prima Adriana; nunca sino hasta mis 24 –creo– empezamos a estrechar nuestra relación y fue justo en ese tiempo cuando ella se mudó a su departamento nuevo. Lucía tan realizada. Quise conseguirlo igual. Ella no renta como yo pero, bueno, vamos por pasos.

Y lo logré. Lo logramos, mis papás, hermanos y yo. Soy la suma de ellos, al final. Y al principio. Y por enmedio.

Total que aquí caí, por desearlo tanto o por coincidencia (nada es coincidencia), pero acá ya llevo 18 meses.

También la cosa del barrio es algo que me atrae. La Guerrero, mi hermoso nido, me encanta. A pesar de los chacas, a pesar de la suciedad, a pesar del miedo y los traumas. La quiero. Y yo creo que por eso también quiero tanto esta colonia también. Amo estar rodeada de construcciones añejas, con tantos detalles y tantas sorpresas. Los edificios de hoy ya no lo son. Unos nada más cristal, otros espejos. Nada como las columnas, los balcones, los ventanales enormes, los patios, los pisos de duela, las puertotas.

La cosa es que viene la evolución. Y uno tiene que crecer. La despedida al hogar hippie apenas inicia. Siempre vendrán tiempos mejores y departamentos con lavadero y tendedero incluidos.

2 de abril de 2012

Las verdades del mundo (o Sandra en el país de las maravillas)

Eso de que las revistas de adolescentes son una porquería es falso. No conozco a una sola mujer que de sus 13 a sus 17 años no haya siquiera hojeado una sola. Ni siquiera sé de algún hombre que no lo haya hecho, por curiosidad, por morboso o por lo que sea. La verdad es que nos la pasamos criticándolas pero sí fueron un poco la Biblia de muchas, puede que hasta lo sean más de aquellas que hoy en día lo niegan, si no ¿por qué reniegan tanto de ellas? Porque sí, una cosa es haberlas leído y otras haber seguido al pie de la letra lo que decían, que una no es una total descerebrada ¡por el amor de dios! Y, seamos sinceros, la verdad es que a esa edad lo que menos queríamos era tener a alguien que nos dijera qué hacer, más bien nos poníamos a investigar consecuencias y a descifrar qué era lo menos peor.

Y sí, hay cosas que -a la fecha- recordamos haber leído por ahí. Luego –claro está– descubrimos que lejos de ser consejos para adolescentes eran verdades universales; y que lejos de ser recomendaciones de superación personal eran tesis filosóficas –obviamente– muy –pero muy– digeridas. Por lo menos eso concluí yo después de mi clase de Historia de la Filosofía. Y sí también recuerdo cosas de estas que les digo. Sobre todo eso de ver el lado positivo de las cosas, luchar por lo que quieres y pedirlo con todas tus fuerzas y no soltarlo hasta conseguirlo, ser uno mismo.

Ah, sí, suena a tontería, ¿no? Pues quiero decir que conozco a muuucha gente que es súper negativa, que no tiene perseverancia y, sobre todo, que quiere ser alguien que no es. Tristísimo. (Hay también quienes ni siquiera saben quiénes son pues están llevando una vida basada en todo menos en buscar sus propios desafíos.

Todo este rollo es para pedir un aplauso para todo aquel que ha cumplido sus sueños más fantasiosos. Uno no sabe hasta dónde puede llegar la imaginación. Uno no sabe hasta dónde te puede llevar la vida.

Y el objetivo final sigue siendo sonreír. Aunque no siempre se pueda, aunque te des madrazos de frente. Al final siempre quedará también la satisfacción en la cara. Y una tremenda sonrisota.

P.D. Aunque al final uno siempre –también– debe tener cuidado con lo que desea. Siempre se hace realidad.

3 de enero de 2012

2011 ha muerto, que viva 2012

Hacer un resumen de cómo fueron 12 meses está complicadísimo. Hacerlo de 365 días lo está aún más. Ni qué decir de los minutos y los segundos. Son los momentos. Fueron los momentos, de esos sí se puede hacer un resumen. Un listado. Una numeración. Un top. Tan solicitados como están en estos días. Los  25    10  7 momentos que marcaron mi 2011.

1. Funcionó aquello de que día a día me recordara que  era  soy una chingona. Igual no lo soy, pero me la creo y con eso basta para sentirlo. Bueeeeh... creo sí, lo soy (jojo) (Esas clases de superación personal que me dieron cuando quise entrar a uno de esos trabajos fakes, en las que me preguntaban si estaba motivada, al final funcionaron)

2. Celebrar un año más de las personas que mueven mi vida, quienes hacen que todo este pinche jueguito desmadroso tenga sentido.

3. Cuando mis mejores amigos me abrieron los ojos y me dijeron que me estaba pasando de ególatra, caprichosa, egocentrista y demás egos que rondaron por mi cabeza en 2011.

4. Cada momento en que la vida volvió a demostrarme que si quiero algo con mucho, mucho, mucho ahínco puedo tenerlo en mis manitas.

5. Darme cuenta de que había sobregirado la tarjeta, me había convertido en un Pequeño cerdo capitalista y era hora de detenerme. (Rockstarismo  wannabe llevado a su máxima expresión)

6. Cuando entendí que no estaba bien tirar el cartucho si ni siquiera tenía que cambiarlo.

7. El día en que decidí dejar de ser un robot y volví a dejar libre a mi corazón.

Han pasado 3 días del año y la verdad es que hasta ahora pretendo ponerme las pilas, y está mal. Hasta ahora me doy cuenta de que he dejado pasar dos días. ¡Dos! Pero ni un minuto más.

Termino diciendo que este año servirá para:

  • Cerrar círculos.
  • Dejar de pretender tener una vida de rockstar (si no puedo costearla).
  • Caminar hacia adelante e iniciar nuevos proyectos.
  • Dejar de imaginar que mi vida es una telenovela.
  • Tener una alimentación más saludable para que mi cuerpecito sea feliz.
  • Dejar de permitir que sea por un alguien más que tomo decisiones.
  • Creerme aquello de que soy hiperactiva y hacer más cosas al día.
  • Vivir. Existir. Sobrevivir. Renacer.
  • Leer más (libros, periódicos, páginas de internet), tomar más fotos, ver más películas, escribir más poemas y postear más (aquí y allá), soñar, bailar, cantar, reír más, más y más.


Diablos, sí qué será difícil... A darle átomos, pues.