18 de octubre de 2007

Mosqueta 198

El descuartizador de la Guerrero era mi vecino. No vivía en el piso de abajo ni en la casa vecina, en realidad éramos compañeros de los dolores de la Warrior Colony —sí, igual que Paquita, con todo y sus rollos fiscales—. Cada uno desempeñaba su labor muy a su modo: él conquistando mujeres maduras, enviándoles poemillas y dicen que hasta practicando ritos satánicos, yo más bien yendo al día.

El día que lo capturaron, mi madre —espantada— dijo: ¿supiste del hombre…? Yo no me di por enterada hasta que no escuché un altavoz: “Atrapan al descuartizador de la Guerrero. Aquí aparece la fotografía”, era uno de esos señores que corren a la zona referida en los titulares de los periódicos para hacer su agosto con el morbo —muy humano él— de todos los vecinos. Yo corrí a comprar el rotativo en cuestión —por cierto la foto no era tal. Me habían timado—.

Leí la susodicha nota y lo supe todo: José Luis Calva Zepeda, el descuartizador, vivía muy cerca de mi domicilio. ¡Zas! Recapitulé.

Antes de que los vecinos reportaran el olor del cuerpo de Alejandra Galeana, de que Calva Zepeda intentara escapar tirándose de un 4º piso—cuya caída fue amortiguada por alguna de las marquesinas de los comercios aledaños (un restaurante de tortas, una tienda de regalos y una pizzería), de que fuera medio arrollado por un auto —en esa avenida por la que camino todos los días—y terminara en el Hospital de Xoco —donde lo trasladaron luego de estar en la Cruz Roja de Polanco— vivió a unas 4 cuadras de donde yo, en el 198 de Mosqueta, en un edificio de puerta café y páneles blancos.

Pues bien, resultó que como José Luis Calva Zepeda y yo éramos habitantes del mismo barrio —no tan bravo como el de Tepito, pero la colindancia no nos ayuda— frecuentábamos el mismo mercado, caminábamos por las mismas calles, subíamos al mismo metro, saludábamos a las mismas personas y hasta compartíamos la misma afición —escribir, pues, eso de comer carne humana nunca ha sido lo mío—.

Lo que sí es que no teníamos las mismas costumbres. Muchos de los que vivimos en la Guerrero somos personas de bien. Aunque sí nos andamos con cuidado. Y ahora, ¡mira que descubrir a un destazador y encima caníbal viviendo al lado de uno! ¡Qué suceso para la colonia!, —ya de por sí famosa por su alto índice de criminalidad y sus PYMNE’s (Pequeñas y Medianas Narco Empresas)—. Los vecinos estamos que no la creemos.

Del martes a la fecha, el Jack de la Guerrero aparece en todos los periódicos de nota roja (los titulares traen a mi cabeza a los Cafetos: "golpeola, tirola, pateola, pegola, violola, matola") y agradezco a Dios que mi persona no concordara con el perfil de sus víctimas.

Calva Zepeda sigue en el hospital. Las familias de las mujeres asesinadas quieren justicia y todo parece indicar que la tendrán. Yo no sé si este hombre tiene idea pero en la zona no es muy bien visto y si regresa no será bien recibido. Ya se acabó esa imagen de persona culta que tenía con sus vecinos cercanos.

Así pues, yo, vivita y coleando, corrí con los chilangos a contarles la noticia y hacer todo un bosquejo de los hechos. ¿De veras la Guerrero es tan peligrosa? Habían preguntado alguna vez. Espero que no vuelvan a hacerlo.

2 comentarios:

Ánuar Zúñiga Naime dijo...

Muy buen texto, vas para arriba, y cuando lo logres, yo estaré ahí para pedirte prestado jaja.
Un abrazo

Nancy Martínez García dijo...

Me encantó, qué buena narración!! la convergencia de espacios, un misterio sin resolver, te adoro como la vaca al toro