31 de julio de 2008

Sabes de adivinanzas

Lo sé mejor que nadie, incluso que tú mismo.

Lo sé cuando te leo y llamas linda a la penumbra que pudo conmoverme. Te escucho con voz de secreto nocturno mientras te leo y tomo cada letra de ese nombre que hoy te acompaña, invisible e inocente, y lo acaricio igual que tú haces y lo guardo. Y la poseo como tú, de susurros y misterio, en la nostalgia de un sorbo derecho de vodka, de egoísta despecho.

Lo sé cuando despierto, abro los ojos y repito de memoria lo que me has dicho en sueños. Entonces viene a mi el tropel de palabras, esas que murmuras de noche y crees que se quedan en tu almohada. Y me concentro de oídos y anoto de nuevo todos tus juramentos y me invades de quisieras y tuvieras y debieras. Entonces transcurre el día y tú finges que no lo hiciste y yo finjo que no lo sé. Pero todo está escrito y resuelto.

Lo sé en tu piel cuando te tengo, en el desvelo de la oscura lluvia que grita mi nombre hacia dentro, ahí justo donde te extravías y se acaba el tiempo. Lo sé de bocas abiertas y húmeda zozobra, en el baile posesivo de serpientes dulces y labios que liban, esos que no escriben mi nombre sino que lo pronuncian, lo cantan escondido en versos impropios, porque sólo los besos verdaderos vienen de versos licenciosos.

Lo sé mejor que nadie, incluso que tú mismo. Porque todos los nombres que te habitan eres tú, porque me has contado tus sueños mientras duermo o finjo que duermo o finges que lo haces mientras me hablas. Porque de tu piel un orgasmo, vulva y pene que deformados son un asco (juntos en la línea de combate: traca, traca, traca, ¡pluuum!) pero que bien acoplados devienen en un concierto para clarinete, viola y piano.

Lo sé y sé que lo sabes pero nos gustan las adivinanzas.

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