30 de julio de 2008

Pequeño relato sin gusto

De noche solías pasear en azoteas accidentadas y detenerte de ventana en ventana. Mirar hacia dentro. Imaginarte en las piernas del de la mirada asesina y escuchar sus cuentos. También te imaginabas en las piernas duras y calientes de una mujer que te tocaba sin recato.

En cada casa había siempre uno con temperamento dulce y sueños perversos y otro más con un muerto dentro que contaba hasta el hartazgo cómo sucedió. Casi nunca había mujeres sin pudor en la frente, para tu desgracia viejas frías, celulíticas y moreteadas. Sin una pizca de autodestrucción.

Caída la oscuridad aparecías en aquel balcón. Y desaparecías. Buscabas la noche, la luz alentadora, corrías siendo tu sombra. Imaginabas soledades suicidas con trozos de llanto en la boca, una copa de whiskey en las rocas, una pluma entintada y la última línea. Patética despedida. Imaginaciones incumplidas por tremenda escasez.

Ya invertiría en la siguiente.

Siempre llegaban los suicidas, pero preferías la sonrisa sincera de una asesina. El canto cínico de su último orgasmo. Y después renacer. Y matarlo, al compañero de su nueva última vida. Y salir a la calle, blasfemando.

A ella la encontraste una noche, te gustó el movimiento de sus labios y lo terso de su saliva atormentada, gastada, mil veces chupada. Te gustó frotar tu nostalgia con su mirada. Te gustó saberte sin nombre ni fecha de defunción. Te gustó su grito: ¡muérdeme! Y sacaste tus colmillos y maullaste repitiendo su nombre. Uno que le inventaste porque te gustó.

Se despedía la noche cuando miraste de lejos. Estabas afuera, con tu mordida, el humo en que se volvió su nombre y tu carta de defunción.

Prometiste que volverías. Tomarías dos vidas más y regresarías a escuchar el final.

1 comentario:

maika dijo...

mmmh nada de influencia vampirillll mmmhhhh....