25 de abril de 2009

Escondía algo

Abrió unos ojos enormes y empezó a buscar el número telefónico con desesperación. "Deberías buscar ayuda", le recomendó su amiga. "Sí, es justo lo que hago. ¿Qué no ves?", reclamó ella con los ojos más incendiarios que pudo. "No me refiero a eso. Mi psicólogo podría atenderte y...". La otra, la desesperada e incendiaria, la interrumpió: "¡Mira, ya lo encontré!", le dijo señalándole el anuncio: "Detectives, fotografías, videograbaciones, teléfonos, localizaciones, documentamos infidelidades. Precios razonables. 5339-55-55". Lo citó para el día siguiente.


Él. Él la estaba volviendo loca. Ella no solía hacer esoo. Era una locura. Nunca había pensado en cortarle la cabeza a una gallina, en enterrarle alfileres a un muñeco, en dejar de comer, de vivir, de sonreír, en dejarlo todo para concentrarse en pensar lo que él podría estar haciendo cuando no estaba con ella. Ella nunca pensó en seguirlo o en contratar a alguien para hacerlo. Pero ahora no podía contenerse. Por eso tomó el teléfono.

Algo le escondía. Había algo. Era otra mujer. O quizá algo más ruín, algo más macabro. No podía imaginárselo, no quería. Pensaba en él en la cama con otra mujer. ¡Con otra mujer! Peor, compartiendo la ducha con otro hombre, con niños, con animales. Pensaba en él como el integrante de una banda de mafiosos, de asesinos. Pensaba en él como el líder de una comunidad de santeros. Pensaba en él como la persona más mala del mundo. Como el ser más oscuro. Desalmado, les llamaban.

Y lo mandó seguir.
Entonces su insomnio le dio tregua y recuperó el sueño. También prestó más atención a las palabras y los sucesos. Así pasó durante los primeros 5 días, al sexto volvió a ponerse nerviosa: el séptimo tendría noticias del investigador privado.



"Murió. Hacía dos días que no salía de su departamento y mandé a alguien a tocar la puerta. Nadie contestó. Así estuvimos durante todo el miércoles, toque y toque. Ayer jueves nos pusimos en contacto con la portera, no dijo nada, no sabía; fuimos a su trabajo y nos dijeron que estaba de vacaciones y que regresaría en una semana. Volví a su casa y esta vez fui yo mismo a tocar la puerta. Nadie abrió. Era imposible que hubiera salido porque yo no me había movido de donde lo espiaba. Después de tocar durante 45 minutos, me coloqué unos guantes y abrí la puerta con un pasador. Entré, todo estaba quieto, silencioso, ordenado".

El investigador buscó en su portafolios y sacó un folder con documentos y fotografías. "Tal vez no deba enseñarte esto". Ella asintió y él continuó relatando: "Entré en silencio y sin tocar nada, tenía que quitarme la duda. No podía haberlo perdido. Recorrí cada cuarto, cuando llegué al baño lo encontré así". Le ofreció una imagen, olvidando así que le había dicho que no la mostraría.

Estaba suspendido de una cuerda con los ojos abiertos, desnudo, con una mueca.

El personaje que le revelaba la muerte continuó: "Pero tenías razón. Escondía algo. Encontré esto".

Ella tomó el fólder y sonrió. "Lo sabía", dijo como para sí, sonrió y tomó un sorbo de café. "¿Cuánto te debo?", preguntó.

1 comentario:

Efren Fonseca dijo...

Osea que siempre sí...
¡Qué loco!
Las mujeres y su sexto sentido, en verdad es terrorífico su malévolo poder adivinatorio... escalofríos, sí, eso es lo que se siente cuando ustedes nos miran y nos preguntan: "¿Seguro?"...

Muy bueno.
Felicidades