16 de abril de 2009

Había una vez...

Había una vez un gigante que odiaba al mundo, quería huir de él, alejarse lo más posible y en el menor tiempo pensado de él. Quería vomitar en él y si se podía hacerse pis en él. El gigante era bien feo, porque el que es feo por dentro es bien feo por fuera, y así era él, feo. Horrible. Mostruoso de la cara a los pies. Tenía la mirada llena de odio, de rencor y de desprecio. Sí, decía que sentía desprecio.

Y como el gigante sentía tanto desprecio y odio y rencor decidió que podía comprar esa botella que anunciaban en la internet. Esa que contenía una fórmula mágica que le dijeron lo ayudaría a mandarlo todo al carajo: "Esto te ayudará a olvidar que hay gente caminando a tu lado", "esto te ayudará a ignorar a quienes te han hecho a pasar buenos ratos", "esto te ayudará a cerrar los ojos y caminar a ciegas, a volver tu cara al pasado y ver que todo se ha borrado". Sí, lo ayudaría a mandarlo todo al carajo.

Entonces el gigante se tomó las pastillas que contenía el frasquito y se murió.

Nadie se enteró de que el gigante se tomó las pastillas.

Nadie se enteró de que se murió.

Nadie lloró porque el gigante era bien burro y se tomó las pastillas y le valió.

Había una vez, en la misma historia, una persona que, diez años después, contó que un buen día de sol el gigante dijo: "Quiero que Nadie me quiera".

Y el día de sol dijo "ok, ese deseo te lo cumpliré yo".

Y ese mismo día de sol, éste bautizó a una con el nombre de Nadie. Y Nadie lo quiso. Aunque él quisiera que no.

Nadie, ahora con el gigante bien muerto y la maldición del buen día de sol rondándole en su cabeza, se dedica a jugar póker. Ya no apuesta ni gusta de jugar a las damas, odia hablar de almas y de comerciales de pastillas para mandarlo todo al carajo. ¡Ah!, y también está decidida a convertirse en payaso.

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