24 de febrero de 2008

Anoche me vine tres veces pensando en ti

Anoche me vine tres veces pensando en ti y hoy al levantarme caí en la cuenta de que seguía lubricando. Ello podría significar que parte de la noche la pasé soñándote o que cuando menos dormí calientita por dentro.
Y me niego a creer que esté enamorada, siquiera a suponerlo, porque por más cliché que suene lo demás ya no es amor ni tan siquiera pasión, son números mediocres de una lista mediocre que no llega ni al límite de un orgasmo mediocre.
Porque contigo no hay engaños, porque como sea siempre despertaste junto a mi, con una taza de café a la cama o un buen tabaco dándome los buenos días. Porque oscuridad y bohemia y sonrisas y tequila. Humo y un calor insoportable.
Porque si tú no quieres me lo dices y si yo no quiero no lo hago y nunca hemos quitado prendas y besado sexos por no dejar.
Hoy seguramente pensaré en ti y me correré cinco veces. Tu voz, tus ojos, tus tatuajes, tu cabello, tus argollas. No es eso lo que me llama y me hace voltear a t, es otra cosa, ya no el escaparate.
Bástame ahora con recordar que éramos buenos amantes, cosa que ya no se da, encontrarme buenos amantes, quiero decir, porque tú y yo podríamos seguir siéndolo, pero es peligroso. Bástame con saber lo fácil que sería perderte y perderme. En todo caso, prefiero tenerte de repente.
Hoy seguramente me correré cinco veces.

23 de febrero de 2008

Ah... une merde...

Porque contigo el éxtasis siempre se torna azulado.

Este era un tipo harto de cagar en el excusado. Le reventaba llegar a los baños públicos y encontrarse una cagada igualmente pública, que -por lo demás- había tapado el caño. Chillaba cada que entraba a los servicios y debía renunciar a su mierda por el fétido olor de cada baño masculino al que entraba. Debía vomitar en los lavabos -enfrente de quien estuviera- cada que escuchaba la mierda caer en los miados -que dicho sea de paso alguien más había dejado ahí- y salpicar las nalgas del que estaba en el cuarto de baño. Y ni qué decir de los pedos: le eran insoportables, siempre que no fueran suyos. Se avergonzaba con su producto por exhibirlo a los demás.
Total que un día se hartó de tanta porquería y decidió regresar a sus inicios. Empezó con un paquete y ya no pudo dejarlo. El primer pañal le resultó insoportable. Le lastimaba los muslos y lo rozó a las dos horas. Sin embargo, su primera caca fue ampliamente satisfactoria. ¿Estupor? Nunca. ¿Asco? Ninguno. ¿Fastidio? (risas).
Dejó de visitar los baños. Dejó de escuchar aquello que le resultaba desagradable. El tipo estaba feliz. A partir de entonces evitó todo aquello. Podía empezar a vivir.
A nadie importará aquello del cambio de pañal, el olor que desprendía o las infecciones que adquirió. Él era feliz. La gente lo sabía y a él le importaba lo mismo que traía cargando por el culo.
La última vez que se supo de él estaba tendido en el centro de una plaza pública. Acostado, mirando al cielo y sonriendo. Es una de las pocas personas que conozco que descubrió cómo lidiar con su propia porquería.

Comentario al pie de página: Hoy volví a ver a Anuar después un malentendido, un drama, un berrinche y su consiguiente malestar estomacal que me duró meses. Conversamos y me habló de escritores, de temáticas, de creación. Siempre es un placer pasar cuando menos 1 hora con él. Ésta vez no las conté pero fueron muchas y muy productivas. Me dejó un rico sabor de boca. Amo el hecho de que él sea una de mis predilectas fuentes de inspiración, por lo que dice, por lo que sabe, por lo que es y por lo que me invita a hacer. Escribo esto no por él ni para él sino para empezar a desembarazarme de mis prejuicios y, sí, gracias a él.
¡No sabes cuánto te quiero!

20 de febrero de 2008

¡El eclipse!


Me enteré de que habría un eclipse lunar el martes 19 de febrero y apelé por parar las imprentas (jajaja). ok, no exageraré. El punto es que sí quería verlo y vivirlo y tomarlo como referencia de un futuro cambio para bien.
Pasó que me puse de acuerdo con Maika y me apresté a admirarlo desde el zócalo. Con lo que no conté es que otros cientos de personas pensarían lo mismo. Así que con todo y gente ahí anduvimos la greñitas-pelos-rojis-chinos-lindos y yo pendejeando. Hasta que decidí ir a mi casa y hacer unas cuantas fotos. No es como que haya eclipses dos veces a la semana.
Aquí el resultado... Tunombre

19 de febrero de 2008

¡Sorpresa-Sorpresa!

Ultimamente todo me cansa.
La rutina laboral hostiga mi cabeza: levantarme 5:30, bañarme todos los días con jabón de pasta (si cuando menos tuviera una espuma de fresa o sandía que sorprendiera alguna de mis somnolientas madrugadas), desayunar, salir con el ipod a todo volumen para evitar los claxonazos y sucesivos gritos pelados de quienes venden de todo en el metro (a veces me estreso porque mis audífonos no son tan buenos y debo escuchar a Amanda Miguel y su miauuu, miauuu; algunas otras sonrío un poco pues escucho un buen ritmo duranguense que "me prende".
Algo que sí me emociona es el sol sobre la lomita que hay en las afueras del metro. Y luego, subir al micro (piufff). El ipod a todo volumen de nuevo. Saco mi libro e intento leer pero no puedo, preciso de mis dos manos para no terminar en las piernas de alguno de los que si alcanzaron asiento. Y después llegar a la oficina, dar los mismos buenos días al entrar, subir las mismas escaleras, sonreír a las mismas personas que se ven tan cansadas de todo como yo, encender mi computadora y llenarme de café americano Punta del cielo para volar un rato.
El asco emocional también me provoca mareos y pocas ganas de bailar y cantar y escribir y encontrar. Uno tras otro van dejando la vacante que sigue libre ya 8 años ha. Sí, un hombre tras otro. Aunque ahora ya no aparecen tan constantemente como antes, pero sí son igual de perecederos. Llegan ya sin provocar orgasmos, llegan sin pláticas excitantes y sin besos desangrantes. Llegan, pagan la cuenta del hotel, se vienen, y se van. Llegan, besan, entusiasman, te distraes y los volteas a ver y ya están besando a alguien más. Y piensan que se me acaba el mundo.
Pero para que se me acabe el mundo hace falta más. Como enterarme que lo de hoy es perforar las aguas profundas, pero de veras profundas, tipo 15 veces la altura de la torre mayor, pero hacia abajo. Eso sí hace que los límites se me cierren. El mundo sigue girando mientras no se lo chupe la bruja. O Pemex.
Y entonces a las 4:34pm de este martes 19 de febrero me doy cuenta de que hacía tiempo que no me sorprendía. Y me encuentro con que Fidel se retira de la política y dice: "Era incómoda mi posición frente a un adversario que hizo todo lo imaginable por deshacerse de mí y en nada me agradaba complacerlo". Y pienso en lo real de ello. Arriba la revolución cubana. Y los gringos se emocionan y yo pienso en lo estúpidos que son quienes piensan que el pueblo cubano no será nada sin Fidel. Más bien Fidel será un poco menos de lo que era con el pueblo cubano ahora que no ostentará el cargo que tenía.
Y el eclipse.
Me tiene muy emocionada el eclipse. Nunca he sido muy supersticiosa pero a veces uno debe creer en la fuerza del universo. Y creo entonces que así como mi mundo está ahora patas arriba, cuando pase que la la Tierra se interponga entre el Sol y la Luna, y se alineen de manera que los rayos que emite el sol se filtren a través de la atmósfera terrestre y se reflejen en color rojo en la Luna.
La luna será roja.
Y el mundo volverá a estar patas abajo. O no.
Y la energía volverá a tener el viento a favor. O no.
Bastaría con dejar de sentirme cansada.

12 de febrero de 2008

Sandía fashion: un sano equilibrio

Y para todos aquellos que pensaron que ésta que había crecido entre lobos nunca tomaría el camino de la cordura y se enchinaría las pestañitas, modularía su elevado tono de voz y cambiaría sus trapos tianguisteros por otros más acá... quédame decirles que estaban en lo ciertooooo!!! Ésta morra de acá se niega a ser lo que no es así que una vez más se introduce al mundo de la actuación para dar una interpretación "fashionable" de si misma... y creo que lo ha logrado.
En opinión de mi amigo Paris, quien toma como base las apariciones en quiens dice:
"cada dia eres mas Fashion!!!!", yo río. Él dice: "tu cuello de tortuga, tus delicados guiños, tu sonrisa coqueta". Yo volví a reír. A lo que él agregó: "atrás dejaste los movimientos toscos y la expresiones burdas. Todo es delicado en ti". La actuación ha funcionado. Palomita 10. La q creció con lobos se está civilizando.
Y el buen Paris me mandó esto: ...se llama "Informe para una academia", es de Kafka.


Excelentísimos señores académicos:

Me hacéis el honor de presentar a la Academia un informe sobre mi anterior vida de mono. Lamento no poder complaceros; hace ya cinco años que he abandonado la vida simiesca. Este corto tiempo cronológico es muy largo cuando se lo ha atravesado galopando -a veces junto a gente importante- entre aplausos, consejos y música de orquesta; pero en realidad solo, pues toda esta farsa quedaba -para guardar las apariencias- del otro lado de la barrera.

Si me hubiera aferrado obstinadamente a mis orígenes, a mis evocaciones de juventud, me hubiera sido imposible cumplir lo que he cumplido. La norma suprema que me impuse consistió justamente en negarme a mí mismo toda terquedad. Yo, mono libre, acepté ese yugo; pero de esta manera los recuerdos se fueron borrando cada vez más. Si bien, de haberlo permitido los hombres, yo hubiera podido retornar libremente, al principio, por la puerta total que el cielo forma sobre la tierra, ésta se fue angostando cada vez más, a medida que mi evolución se activaba como a fustazos: más recluido, y mejor me sentía en el mundo de los hombres: la tempestad, que viniendo de mi pasado soplaba tras de mí, ha ido amainando: hoy es tan solo una corriente de aire que refrigera mis talones. Y el lejano orificio a través del cual ésta me llega, y por el cual llegué yo un día, se ha reducido tanto que -de tener fuerza y voluntad suficientes para volver corriendo hasta él- tendría que despellejarme vivo si quisiera atravesarlo. Hablando con sinceridad -por más que me guste hablar de estas cosas en sentido metafórico-, hablando con sinceridad os digo: vuestra simiedad, estimados señores, en tanto que tuvierais algo similar en vuestro pasado, no podría estar más alejada de vosotros que lo que la mía está de mí. Sin embargo, le cosquillea los talones a todo aquel que pisa sobre la tierra, tanto al pequeño chimpancé como al gran Aquiles. Pero a pesar de todo, y de manera muy limitada, podré quizá contestar vuestra pregunta, cosa que por lo demás hago de muy buen grado. Lo primero que aprendí fue a estrechar la mano en señal de convenio solemne. Estrechar la mano es símbolo de franqueza. Hoy, al estar en el apogeo de mi carrera, tal vez pueda agregar, a ese primer apretón de manos, también la palabra franca. Ella no brindará a la Academia nada esencialmente nuevo, y quedaré muy por debajo de lo que se me demanda, pero que ni con la mejor voluntad puedo decir. De cualquier manera, con estas palabras expondré la línea directiva por la cual alguien que fue mono se incorporó al mundo de los humanos y se instaló firmemente en él. Conste además, que no podría contaros las insignificancias siguientes si no estuviese totalmente convencido de mí, y si posición no se hubiese afirmado de manera incuestionable todos los grandes music-halls del mundo civilizado.

Soy originario de la Costa de Oro. Para saber cómo fui atrapado dependo de informes ajenos. Una expedición de caza de la firma Hagenbeck -con cuyo jefe, por otra parte, he vaciado no pocas botellas de vino tinto- acechaba emboscada en la maleza que orilla el río, cuando en medio de una banda corrí una tarde hacia el abrevadero. Dispararon: fui el único que hirieron, alcanzado por dos tiros.

Uno en la mejilla. Fue leve pero dejó una gran cicatriz pelada y roja que me valió el repulsivo nombre, totalmente inexacto y que bien podía haber sido inventado por un mono, de Peter el Rojo, tal como si sólo por esa mancha roja en la mejilla me diferenciara yo de aquel simio amaestrado llamado Peter, que no hace mucho reventó y cuyo renombre era, por lo demás, meramente local. Esto al margen.

El segundo tiro me atinó más abajo de la cadera. Era grave y por su causa aún hoy rengueo un poco. No hace mucho leí en un artículo escrito por alguno de esos diez mil sabuesos que se desahogan contra mí desde los periódicos "que mi naturaleza simiesca no ha sido aplacada del todo", y como ejemplo de ello alega que cuando recibo visitas me deleito en bajarme los pantalones para mostrar la cicatriz dejada por la bala. A ese canalla deberían arrancarle a tiros, uno por uno, cada dedo de la mano con que escribe. Yo, yo puedo quitarme los pantalones ante quien me venga en ganas: nada se encontrará allí más que un pelaje acicalado y la cicatriz dejada por el -elijamos aquí para un fin preciso, un término preciso y que no se preste a equívocos- ultrajante disparo. Todo está a la luz del día; no hay nada que esconder. Tratándose de la verdad toda persona generosa arroja de sí los modales, por finos que éstos sean. En cambio, otro sería el cantar si el chupatintas en cuestión se quitase los pantalones al recibir visitas. Doy fe de su cordura admitiendo que no lo hace, ¡pero que entonces no me moleste más con sus mojigaterías!

Después de estos tiros desperté -y aquí comienzan a surgir lentamente mis propios recuerdos- en una jaula colocada en el entrepuente del barco de Hagenbeck. No era una jaula con rejas a los cuatro costados, eran mas bien tres rejas clavadas en un cajón. El cuarto costado formaba, pues, parte del cajón mismo. Ese conjunto era demasiado bajo para estar de pie en él y demasiado estrecho para estar sentado. Por eso me acurrucaba doblando las rodillas que me temblaban sin cesar. Como posiblemente no quería ver a nadie, por lo pronto prefería permanecer en la oscuridad: me volvía hacia el costado de las tablas y dejaba que los barrotes de hierro se me incrustaran en el lomo. Dicen que es conveniente enjaular así a los animales salvajes en los primeros tiempos de su cautiverio, y hoy, de acuerdo a mi experiencia, no puedo negar que, desde el punto de vista humano, efectivamente tienen razón.

Pero entonces no pensaba en todo esto. Por primera vez en mi vida me encontraba sin salida; por lo menos no la había directa. Ante mí estaba el cajón con sus tablas bien unidas. Había, sin embargo, una hendidura entre las tablas. Al descubrirla por primera vez la saludé con el aullido dichoso de la ignorancia. Pero esa rendija era tan estrecha que ni podía sacar por ella la cola y ni con toda la fuerza simiesca me era posible ensancharla.

Como después me informaron, debo haber sido excepcionalmente silencioso, y por ello dedujeron que, o moriría muy pronto o, de sobrevivir a la crisis de la primera etapa, sería luego muy apto para el amaestramiento. Sobreviví a esos tiempos. Mis primeras ocupaciones en la nueva vida fueron: sollozar sordamente; espulgarme hasta el dolor; lamer hasta el aburrimiento una nuez de coco; golpear la pared del cajón con el cráneo y enseñar los dientes cuando alguien se acercaba. Y en medio de todo ello una sola evidencia: no hay salida. Naturalmente hoy sólo puedo transmitir lo que entonces sentía como mono con palabras de hombre, y por eso mismo lo desvirtúo. Pero aunque ya no pueda retener la antigua verdad simiesca, no cabe duda de que ella está por lo menos en el sentido de mi descripción.

Hasta entonces había tenido tantas salidas, y ahora no me quedaba ninguna. Estaba atrapado. Si me hubieran clavado, no hubiera disminuido por ello mi libertad de acción. ¿Por qué? Aunque te rasques hasta la sangre el pellejo entre los dedos de los pies, no encontrarás explicación. Aunque te aprietes el lomo contra los barrotes de la jaula hasta casi partirse en dos, no conseguirás explicártelo. No tenía salida, pero tenía que conseguir una: sin ella no podía vivir. Siempre contra esa pared hubiera reventado indefectiblemente. Pero como en el circo Hagenbeck a los monos les corresponden las paredes de cajón, pues bien, dejé de ser mono. Esta fue una magnífica asociación de ideas, clara y hermosa que debió, en cierto sentido, ocurrírseme en la barriga, ya que los monos piensan con la barriga.

Temo que no se entienda bien lo que para mi significa "salida". Empleo la palabra en su sentido más preciso y más común. Intencionadamente no digo libertad. No hablo de esa gran sensación de libertad hacia todos los ámbitos. Cuando mono posiblemente la viví y he conocido hombres que la añoran. En lo que a mí atañe, ni entonces ni ahora pedí libertad. Con la libertad -y esto lo digo al margen- uno se engaña demasiado entre los hombres, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los correspondientes engaños. En los teatros de variedades, antes de salir a escena, he visto a menudo ciertas parejas de artistas trabajando en los trapecios, muy alto, cerca del techo. Se lanzaban, se balanceaban, saltaban, volaban el uno a los brazos del otro, se llevaban el uno al otro suspendidos del pelo con los dientes. "También esto", pensé, "es libertad para el hombre: ¡el movimiento excelso!" iOh burla de la santa naturaleza! Ningún edificio quedaría en pie bajo las carcajadas que tamaño espectáculo provocaría entre la simiedad.

No, yo no quería libertad. Quería únicamente una salida: a derecha, a izquierda, adonde fuera. No aspiraba a más. Aunque la salida fuese tan sólo un engaño: como mi pretensión era pequeña el engaño no sería mayor. ¡Avanzar, avanzar! Con tal de no detenerme con los brazos en alto, apretado contra las tablas de un cajón.

Hoy lo veo claro: si no hubiera tenido una gran paz interior, nunca hubiera podido escapar. En realidad, todo lo que he llegado a ser lo debo, posiblemente, a esa gran paz que me invadió, allá, en los primeros días del barco. Pero, a la vez, debo esa paz a la tripulación.

Era buena gente a pesar de todo. Aún hoy recuerdo con placer el sonido de sus pasos pesados que entonces resonaban en mi somnolencia. Acostumbraban hacer las cosas con exagerada lentitud. Si alguno necesitaba frotarse los ojos levantaba la mano como si se tratara de un peso muerto. Sus bromas eran groseras pero afables. A sus risas se mezclaba siempre un carraspeo que, aunque sonaba peligroso, no significaba nada. Siempre tenían en la boca algo que escupir y les era indiferente dónde lo escupían. Con frecuencia se quejaban de que mis pulgas les saltaban encima, pero nunca llegaron a enojarse en serio conmigo: por eso sabían, pues, que las pulgas se multiplicaban en mi pelaje y que las pulgas son saltarinas. Con esto les era suficiente. A veces, cuando estaban de asueto, algunos de ellos se sentaban en semicírculo frente a mí, hablándose apenas, gruñéndose el uno al otro, fumando la pipa recostados sobre los cajones, palmeándose la rodilla a mi menor movimiento y, alguno, de vez en cuando, tomaba una varita y con ella me hacía cosquillas allí donde me daba placer. Si me invitaran hoy a realizar un viaje en ese barco, rechazaría, por cierto, la invitación; pero también es cierto que los recuerdos que evocaría del entrepuente no serían todos desagradables.

La tranquilidad que obtuve de esa gente me preservó, ante todo, de cualquier intento de fuga. Con mi actual dentadura debo cuidarme hasta en la común tarea de cascar una nuez; pero en aquel entonces, poco a poco, hubiera podido roer de lado a lado el cerrojo de la puerta. No lo hice. ¿Qué hubiera conseguido con ello? Apenas hubiese asomado la cabeza me hubieran cazado de nuevo y encerrado en una jaula peor; o bien hubiera podido huir hacia los otros animales, hacia las boas gigantes, por ejemplo, que estaban justo frente a mí, para exhalar en su abrazo el último suspiro; o, de haber logrado deslizarme hasta el puente superior y saltado por sobre la borda, me hubiera mecido un momento sobre el océano y luego me habría ahogado. Todos éstos, actos suicidas. No razonaba tan humanamente entonces, pero bajo la influencia de mi medio ambiente actué como si hubiese razonado.

No razonaba pero sí observaba, con toda calma, a esos hombres que veía ir y venir. Siempre las mismas caras, los mismos gestos; a menudo me parecían ser un solo hombre. Pero ese hombre, o esos hombres, se movían en libertad. Un alto designio comenzó a alborear en mí. Nadie me prometía que, de llegar a ser lo que ellos eran, las rejas me serían levantadas. No se hacen tales promesas para esperanzas que parecen irrealizables; pero si llegan a realizarse, aparecen estas promesas después, justamente allí donde antes se las había buscado inútilmente. Ahora bien, nada había en esos hombres que de por sí me atrajera especialmente. Si fuera partidario de esa libertad a la cual me referí, hubiera preferido sin duda el océano a esa salida que veía reflejarse en la turbia mirada de aquellos hombres. Había venido observándolos, de todas maneras, ya mucho antes de haber pensado en estas cosas, y, desde luego, sólo estas observaciones acumuladas me encaminaron en aquella determinada dirección.

¡Era tan fácil imitar a la gente! A los pocos días ya pude escupir. Nos escupimos entonces mutuamente a la cara, con la diferencia de que yo me lamía luego hasta dejarla limpia y ellos no. Pronto fumé en pipa como un viejo, y cuando además metía el pulgar en el hornillo de la pipa, todo el entrepuente se revolcaba de risa. Pero durante mucho tiempo no noté diferencia alguna entre la pipa cargada y la vacía.

Pero nada me resultó tan difícil como la botella de caña. Me martirizaba el olor y, a pesar de mis buenas intenciones pasaron semanas antes de que lograra vencer esa repulsión. Lo insólito es que la gente tomó más en serio esas pujas internas que cualquier otra cosa que se relacionara conmigo. En mis recuerdos tampoco distingo a esa gente, pero había uno que venía siempre, solo o acompañado, de día, de noche, a las horas más diversas, y deteniéndose ante mí con la botella vacía me daba lecciones. No me comprendía: quería dilucidar el enigma de mi ser. Descorchaba lentamente la botella, luego me miraba para saber si yo había entendido. Confieso que yo lo miraba siempre con una atención desmedida y precipitada. Ningún maestro de hombre encontrará en el mundo entero mejor aprendiz de hombre. Cuando había descorchado la botella se la llevaba a la boca; yo seguía con los ojos todo el movimiento.

Asentía satisfecho conmigo, y apoyaba la botella en sus labios. Yo, maravillado con mi paulatina comprensión, chillaba rascándome a lo largo, a lo ancho, donde fuera. Él, alborozado, empinaba la botella y bebía un sorbo. Yo, impaciente y desesperado por imitarle, me ensuciaba en la jaula, lo que de nuevo lo divertía mucho. Después apartaba de sí la botella con ademán ampuloso y volvía a acercarla a sus labios de igual manera; luego, echado hacia atrás en un gesto exageradamente didáctico, la vaciaba de un trago. Yo, agotado por el excesivo deseo, no podía seguirlo y permanecía colgado débilmente de la reja mientras él, dando con esto por terminada la lección teórica, se frotaba, con amplia sonrisa, la barriga.

Recién entonces comenzaba el ejercicio práctico. ¿No me había dejado ya el teórico demasiado fatigado? Sí, exhausto, pero esto era parte de mi destino. Sin embargo, tomaba lo mejor que podía la botella que me alcanzaban; la descorchaba temblando; el lograrlo me iba dando nuevas fuerzas; levantaba la botella de manera similar a la del modelo; la llevaba a mis labios y... la arrojaba con asco; con asco, aunque estaba vacía y sólo el olor la llenaba; con asco la arrojaba al suelo. Para dolor de mi instructor, para mayor dolor mío; ni a él ni a mí mismo lograba reconciliar con el hecho de que, después de arrojar la botella, no me olvidara de frotarme a la perfección la barriga, ostentando al mismo tiempo una amplia sonrisa.

Así transcurría la lección con demasiada frecuencia, y en honor de mi instructor quiero dejar constancia de que no se enojaba conmigo, pero sí que de vez en cuando me tocaba el pelaje con la pipa encendida hasta que comenzaba a arder lentamente, en cualquier lugar donde yo difícilmente alcanzaba; entonces lo apagaba él mismo con su mano enorme y buena. No se enojaba conmigo, pues aceptaba que, desde el mismo bando, ambos luchábamos contra la condición simiesca, y que era a mí a quien le tocaba la peor parte.

Y a pesar de todo, qué triunfo luego, tanto para él como para mí, cuando cierta noche, ante una gran rueda de espectadores -quizás estaban de tertulia, sonaba un fonógrafo, un oficial circulaba entre los tripulantes-, cuando esa noche, sin que nadie se diera cuenta, tomé una botella de caña que alguien, en un descuido, había olvidado junto a mi jaula, y ante la creciente sorpresa de la reunión, la descorché con toda corrección, la acerqué a mis labios y, sin vacilar, sin muecas, como un bebedor empedernido, revoloteando los ojos con el gaznate palpitante, la vacié totalmente. Arrojé la botella, no ya como un desesperado, sino como un artista, pero me olvidé, eso sí, de frotarme la barriga. En cambio, como no podía hacer otra cosa, como algo me empujaba a ello, como los sentidos me hervían, por todo ello, en fin, empecé a gritar: "¡Hola!", con voz humana. Ese grito me hizo irrumpir de un salto en la comunidad de los hombres, y su eco: "¡Escuchen, habla!" lo sentí como un beso en mi sudoroso cuerpo.

Repito: no me cautivaba imitar a los humanos; los imitaba porque buscaba una salida; no por otro motivo. Con ese triunfo, sin embargo, poco había conseguido, pues inmediatamente la voz volvió a fallarme. Recién después de unos meses volví a recuperarla. La repugnancia hacia la botella de caña reapareció con más fuerza aún, pero, indudablemente, yo había encontrado de una vez por todas mi camino.

Cuando en Hamburgo me entregaron al primer adiestrador, pronto me di cuenta que ante mí se abrían dos posibilidades: el jardín zoológico o el music hall. No dudé. Me dije: pon todo tu empeño en ingresar al music hall: allí está la salida. El jardín zoológico no es más que una nueva jaula; quien allí entra no vuelve a salir .

Y aprendí, estimados señores. ¡Ah, sí, cuando hay que aprender se aprende; se aprende cuando se trata de encontrar una salida! ¡Se aprende de manera despiadada! Se controla uno a sí mismo con la fusta, flagelándose a la menor debilidad. La condición simiesca salió con violencia fuera de mí; se alejó de mí dando tumbos. Por ello mi primer adiestrador casi se transformó en un mono y tuvo que abandonar pronto las lecciones para ser internado en un sanatorio. Afortunadamente, salió de allí al poco tiempo.

Consumí, sin embargo, a muchos instructores. Sí, hasta a varios juntos. Cuando ya me sentí más seguro de mi capacidad, cuando el público percibió mis avances, cuando mi futuro comenzó a sonreírme, yo mismo elegí mis profesores. Los hice sentar en cinco habitaciones sucesivas y aprendí con todos a la vez, corriendo sin cesar de un cuarto a otro.

iQué progresos! ¡Qué irrupción, desde todos los ámbitos, de los rayos del saber en el cerebro que se aviva! ¿Por qué negarlo? Esto me hacía feliz. Pero tampoco puedo negar que no lo sobreestimaba, ya entonces, ¡y cuánto menos lo sobreestimo ahora! Con un esfuerzo que hasta hoy no se ha repetido sobre la tierra, alcancé la cultura media de un europeo. Esto en sí mismo probablemente no significaría nada, pero es algo, sin embargo, en tanto me ayudó a dejar la jaula y a procurarme esta salida especial; esta salida humana. Hay un excelente giro alemán: "escurrirse entre los matorrales". Esto fue lo que yo hice: "me escurrí entre los matorrales". No me quedaba otro camino, por supuesto: siempre que no había que elegir la libertad.

Si de un vistazo examino mi evolución y lo que fue su objetivo hasta ahora, ni me arrepiento de ella, ni me doy por satisfecho. Con las manos en los bolsillos del pantalón, con la botella de vino sobre la mesa, recostado o sentado a medias en la mecedora, miro por la ventana. Si llegan visitas, las recibo correctamente. Mi empresario está sentado en la antecámara: si toco el timbre, se presenta y escucha lo que tengo que decirle. Por las noches casi siempre hay función y obtengo éxitos ya apenas superables. Y si al salir de los banquetes, de las sociedades científicas o de las agradables reuniones entre amigos, llego a casa a altas horas de la noche, allí me espera una pequeña y semiamaestrada chimpancé, con quien, a la manera simiesca, lo paso muy bien. De día no quiero verla pues tiene en la mirada esa demencia del animal alterado por el adiestramiento; eso únicamente yo lo percibo, y no puedo soportarlo.

De todos modos, en síntesis, he logrado lo que me había propuesto lograr. Y no se diga que el esfuerzo no valía la pena. Sin embargo, no es la opinión de los hombres lo que me interesa; yo sólo quiero difundir conocimientos, sólo estoy informando. También a vosotros, excelentísimos señores académicos, sólo os he informado.

9 de febrero de 2008

18/07/06

Déjame que te comente que tú me alegraste la vida...

7 de febrero de 2008

Nobody fully




Y para que la canten mientras la oyen...


I never loved nobody fully
Always one foot on the ground
And by protecting my heart truly
I got lost in the sounds
I hear in my mind
All of these voices
I hear in my mind all of these words
I hear in my mind all of this music

And it breaks my heart
And it breaks my heart
And it breaks my heart
when it breaks my heart

Suppose I never, ever met you
Suppose we never fell in love
Suppose I never, ever let you kiss me so sweet and so soft
Suppose I never, ever saw you
Suppose you never, ever called
Suppose I kept on singing love songs just to break my own fall
Just to break my fall
Just to break my fall
Just to break my fall
Break my fall
Break my fall

I never loved nobody fully
Always one foot on the ground
And by protecting my heart truly
I got lost
In the sounds
I hear in my mind
All of these voices
I hear in my mind all of these words
I hear in my mind
All of this music
And it breaks my heart
And It breaks my heart

I hear in my mind
All of these voices
I hear in my mind all of these words
I hear in my mind
All of this music
And it breaks my heart
And it breaks my heart
and It Breaks my Heart
when it Breaks my heart
but it breaks my heart
when it breaks my heart
breaks my heart
and it breaks my heart
and it breaks my heart
and it breaks my heart
and it breaks my heart

5 de febrero de 2008

De las supersticiones...

Ya van a cumplirse 8 años de que anduve con un muchacho con el que quería una amiga mía (sí, independientemente de que yo sabía que ella quería con dicho joven acepté ser su novia, la relación llegó a un año y a un triste final. Debo aceptar que mi amiga fue muy madura y aceptó que aquél quería con ésta. Ella sigue queriéndome, de hecho es una de mis 3 mejores amigas. Y él ha sido el único que me ha aguantado en la vida)...
Ya va a ser un año de que se me cayó ese espejo y se rompió en chingo de pedacitos...
Ya pasó un mes de que me quisieron robar mi cámara, esa que hace fotos...
Y no es que yo sea supersticiosa pero dicen que no debes hacer nada que no quieres que te hagan porque se te regresa 3 veces (cosa que ya pasó pues 3 de mis amigas - unas son más amigas que otras - ya tuvieron que ver con hombres que no eran de mi propiedad pero que, sí, yo había visto primero y que para mí valían más de lo que para ellas - unos valían más que los otros -). Luego entonces, todo parecería indicar que ese karma debe llegar a su fin en los próximos días.
Lo malo es cuando pienso en el espejo... Sólo ha pasado un año de lo del espejo... no debería preocuparme, yo no soy supersticiosa y mi suerte tampoco ha sido mala; bueno, en algunos aspectos sí - ¡machos!, ya se sabe mi terrible y enfermiza fijación en ellos -, pero nada que deba preocuparme.
Y por último es bien triste aceptar que mi cámarita sigue teniendo miedo de salir, pero yo le digo: "¿qué haces ahí guardada? Sal, diviértete y haz lo que te gusta". Creo que sigue pensándolo.

1 de febrero de 2008

Two minutes in heaven is more than one minute in heaven

...No quiero sentir que te pierdo,
quiero sentir que estoy cerca,
que hay un lugar al que pertenezco...
que siempre estarás ahí.
Y me abrazarás.
Y que me guiñarás el ojo.
Y me invitarás a fumar.
Y que volveremos a gritar.
De rabia.
De miedo.
De gusto.
De mortalidad.