4 de octubre de 2008

Fabulando

Había una vez una mariposa que se enamoró de un murciélago. Ella, que había andado por el suelo, metida bajo la tierra, tratando con seres bajísimos de estatura y siempre con los ojos cerrados en su época de larva, se encontró finalmente frente a su propio depredador cuando éste ya no podía hacerle daño. Ella había pasado a otro estadio.
La pequeña larva siempre supo que no le correspondía ese papel, que ella debía andar por encima de todos -tan altanera era-, que ella quería abrir los ojos -tan ingenua era-, que lo de ella era ver bajo la oscuridad de la noche -tan soñadora era-.
Pasó que la naturaleza la volteó a ver un día y le concedió un par de deseos, sólo dos de ellos pues para el tercero aún no estaba lista. Entonces la larva dejó de serlo y tuvo alas para andar por encima de todos y abrió los ojos y la luz la sorprendió de azules, amarillos, anaranjados, verdes, rosas cremosos y anaranjados chispeantes.
No podemos decir que no le gustó tanto color, ni siquiera alcanzaríamos a describir lo que sintió al volar, al abrir y cerrar las alas, al mantenerse flotando con los ojos cerrados, al abandonarse al movimiento de las nubes. Era su sueño hecho realidad.
Pero ella quería ver bajo la oscuridad de la noche y no descansaría hasta lograrlo. Por eso un día se quedó plantada en una hoja tan verde que la llenaba de tranquilidad y valentía y convino consigo misma cerrar los ojos ahora para mantenerlos abiertos en la noche.
Así es que la oscuridad llegó y lo primero que hizo la mariposa al abrir los ojos fue verlo y cuando lo hizo lo único que atinó a decir fue "¡Chiroptera!", tan versada en el tema estaba.
Había visto a un murciélago y él la había visto a ella pero éste pasó de largo sin dañarla. Entonces el murciélago volvió y la miró con sus ojos rojos y le indicó el camino de vuelta. Ella lo siguió pero cuando notó que sólo le había mostrado cómo regresar ella se puso triste. Tuvo que dejarlo ir.
A la mañana siguiente la mariposa corrió con la naturaleza para exponerle su caso. La naturaleza le jaló una de sus alas y le picó los ojos por necia. La mariposa entonces se quedó ciega y como se dio cuenta de que ya no podía ver la luz y ser una mariposa normal regresó al lugar donde la había dejado al murciélago quien conocía perfecto el corazón de pollo que tenía la naturaleza y tomó a la mariposa por su ala vuela y la llevó junto a él para no dejarla jamás.

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